En el siglo XIX hubo un zapatero en Granada llamado Picio, al que condenaron a muerte y luego indultaron. Tal fue la impresión con que el hombre cogió la noticia, que su rostro se desfiguró, perdió el pelo, las cejas y las pestañas.
Aunque sobrevivió a la primera condena, sufrió otra el resto de su vida: ser objeto de mofa por feo.
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